La maestra de francés... (a Pilar)

Cuando se acerco a mi, sentí que mis piernas temblaban. Sus manos acariciaron mi cara con suavidad, sentía como limpiaba mis deseos al roce de sus dedos, largos y suaves. Me tomó de la mano llevándome a su habitación. Al desnudarme lo hizo con ternura y cariño, dejando deslizar la ropa sobre mi cuerpo. Sus manos tibias recorrían mi cuerpo, sus dedos iban dejando la huella sobre mi piel, mis vellos se erizaban al roce.
Mi sexo se erguía como un bastión, sus labios recorrían mis pechos con dulces besos mientras sus manos iban descubriendo mi cuerpo. Al quedar desnudo, sus labios fueron surcando el camino al deseo, cada pliegue de piel se abría al depurado rozar de la suya contra la mía. Hilos de saliva iban marcando cuidadosamente su recorrido, como telarañas transparentes, se tejían, queriendo atrapar mi sexo en una cárcel de seda. 
Palpitante mi verga se contraía a sus caricias, sin ella haberla tocado, como una rama azotada suavemente por un riachuelo. buscando ser acariciado por las tranquilas aguas.
Sobre mi cuerpo, a horcajadas, se podían ver sus senos tempestuosos y la caída hasta sus caderas. Ante mis ojos, desnudando su piel, su corsé, se habría tira a tira cuando sus dedos desenredaban el complicado laberinto de sujetadores, que con gran esfuerzo lograban contener los abultados senos. Las aureolas de sus pezones se dejaban ver adornadas por encajes, que al soltarlo, dejó rebotando sus senos por un instante llenando un gran vacío. Los posó delicadamente sobre mis labios ofreciendo su néctar, semitransparente y blanquecino, dos gotas asomaban sobre sus puntas como perlas, los que fueron succionados por mi sedienta boca. Sus pezones eran duros como copas de mármol, oscuros y enrojecidos. Las gotas brillaban contra la luz tenue del cuarto. Bebí de ellos succionando gota tras gota, hasta liberar finos chorros que se disparaban sin dirección mojando mi cara. Tomando mi cabeza, me deslizó por su vientre, donde la suavidad de su piel acariciaba mis mejillas, que se iban humedeciendo entre el sudor y su deseo. Mis labios temblaban, hasta quedar entre sus piernas. Quise ir a su sexo, pero ella hábilmente me llevó entre sus muslos que deseaban ser besados antes que llegara ahí.
 - aprende lo que deseamos las mujeres.- Me desconcertaba, pero a la vez me fascinaba su forma de dirigir.
Su piel brillante por el sudor, me agitaba. Disfrutaba cada uno de los surco, que afloraban como delicadas lineas, marcando la frontera entre el goce y el placer.
Sus piernas se fueron abriendo lentamente empezando a revelar sus secretos. Sus labios se hinchaban al roce de los míos, cada surco era dibujaba por mi lengua. Las gotas de sudor bajaban por su cuerpo, y eran recogidas suavemente por mis labios, como queriendo beber de sus pecados, los que brotaban uno tras otro, suplicando que me acercara a la miel de su carne. Sentí como su sexo buscaba mis labios intensamente, retorciéndose entre jadeos y gemidos. Finalmente ante mi, brillaban sus labios vaginales despegándose con hilos sedosos, y densos hilillos de fluidos que emergían del interior. Su apretada vulva, se dilataba, dejando ver su interior, pardo rojizo y bañado de miel, los que mediante sus brillos iban liberando la pequeña cabeza de oro, que asomaba tímidamente entre los pliegues húmedos. 
Mi lengua terminó se romper los hilillos que quedaban vírgenes, rodeé envolviendo la cabecilla entre mis labios succionando suavemente, su cuerpo se estremecía, dejaba correr un liquido que chocaba con mis pestañas provocando un intenso ardor, sus vellos púbicos se enredaban entre mis dedos dibujando el promontorio monte de Venus, donde caían sus deseos palpitando, dejándolos untados, mientras mi lengua jugueteaba entre sus carnosos deseos separando los labios. lamiendo y recogiendo el manantial que emanaba de su interior. Entre jadeos y gemidos su espalda se retorcía clamando para no detener el flujo de placer que brotaba, sus manos sujetaban mi cabeza entre sus labio aplastando su sexo contra mi rostro, su espalda se dobló bruscamente liberando toda la energía por su columna vertebral, hasta reventar entre gritos de placer. 
Me reincorpore enterrando mi sexo en ella, la que empujaba suplicando suavidad, pero embestí con fuerza hasta topar el último rincón de su alma, separando con violencia sus piernas bañadas de sudor, y me dejé caer sobre su vientre mordiendo sus labios bañados de saliva seca, arrancando y ahogando con frenesí, cada grito y gemido de su boca. Mi cuerpo batía el suyo sin piedad,  hasta reventar dentro de ella liberando mi energía  y mis horas de espera, para aprender de sus muslos los mil secretos que escondían, hasta caer sobre sus pechos hinchados de los que aún brotaba leche a goteos intermitentes. Finalmente tranquilizamos nuestros cuerpos entre besos y caricias dormidas de placer.

Don Juan De Marco A mi maestra de francés "Donde se abren los labios de una mujer, siempre habrá sed, y un gusto que guardarás para siempre en tu memoria"

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